Largas fueron las noches cuando mis días giraban en torno a ti. Contaba mis pasos, rezando para que el suelo no se derrumbara, otra vez. Mi madre me acuso de volverme loca, de haber perdido la razón, pero yo jure que estaba bien. Me pintabas un cielo azul, pero después lo coinvertías en lluvia. Yo vivía en tu juego de ajedrez pero tú cambiabas las reglas todos los días. Preguntándome, una y otra vez, que versión de ti podría conseguir en el teléfono esta noche. Entonces, un día deje de contestar el teléfono y esta carta es para hacerte saber el porqué.

Querido Manuel, lo comprendo todo ahora que te has ido. No crees que yo era demasiado joven como para estar involucrándote con la chica de las sonrisas. Aquella noche me fui llorando todo el camino a casa...

Bueno, tal vez soy yo y mi ciego optimismo los culpables o tal vez eras tú y tu enferma necesidad de entregar amor para luego quitarlo… Y añadirás mi nombre a tu larga lista de traidores que no entienden. Yo mirare atrás, arrepintiéndome de haber ignorado a los que me decían: “Corre tan rápido como puedas”.

Querido Manuel, lo puedo ver todo tan claro ahora. Estuvo mal. No crees que a los 19 años se es muy joven como para estar dentro de tus oscuros y retorcidos juegos. Cuando yo te amaba tanto…

Debí haberlo sabido…

Eres un experto a la hora de pedir perdón y en mantener las líneas de juego borrosas. Nunca me impresiono sobresalir en tus pruebas. Todas esas chicas a las que dañaste, sin vida en sus ojos porque tú se los quemaste. Pero yo comprendí tus jugadas antes de que el fuego pudiera abrasarme. Así que no mires ahora, estoy brillando como los fuegos artificiales fuera de tu triste y abandonada ciudad.

No crees que yo era demasiado joven…

Deberías haberlo sabido…